OBSERVATORIO GLOBAL
Hay en su personalidad un cierto aire de delirio de grandeza, de presumido, de egocéntrico y megalómano. Todo lleva su nombre: el avión Trump, la Torre Trump, la universidad Trump, la plaza Trump y el casino Trump
El aspirante. Donald Trump pretende convertirse en el candidato presidencial de los republicanos, en las elecciones programadas para noviembre próximo.
Leonel Fernández
Santo Domingo
Con motivo del triunfo electoral de Barry Goldwater sobre Nelson Rockefeller, en las primarias del Partido Republicano, en el 1964, Richard Hofstadter, un destacado politólogo norteamericano, elaboró el concepto de lo que él denominó como estilo paranoico en la política de los Estados Unidos.
Esa política de paranoia, tomada como metáfora, no en sentido clínico, consistía en un comportamiento colectivo de carácter emocional, adoptado por grupos conservadores, que expresaba una visión del mundo en la que predominaba un sentimiento apocalíptico de destrucción, de agresión y persecución por parte de los enemigos de la nación.
Ejemplos de esa política de paranoia se encuentran en distintas etapas de la historia norteamericana. Así, en el siglo XVII, a través de la cacería de brujas en Salem, Massachusetts; el surgimiento del Ku Klux Klan, como organización promotora de la supremacía de la raza blanca en el siglo XIX; y las implacables persecuciones anti-comunistas desatadas por el senador Joseph McCarthy, durante la segunda mitad del siglo pasado.
“Si gana Trump, será el triunfo de los inconformes con el actual estado de cosas dentro del Partido Republicano.”
Ahora, con el surgimiento de Donald Trump como aspirante a la nominación presidencial por el Partido Republicano, asistimos al retorno de ese estilo paranoico en la política de los Estados Unidos.
Donald Trump es un exitoso empresario del sector inmobiliario. Tiene diversas obras, como la Torre Trump y el Hotel Internacional Trump, construidas con un estilo arquitectónico propio, en diversas ciudades de los Estados Unidos y del mundo.
Además, ha cosechado notables triunfos en el desarrollo de proyectos turísticos, en la promoción de juegos de casinos, en varios deportes y en la organización de concursos de belleza, como los de Miss América y Miss Universo.
La personalidad
Pero ha sido, tal vez, su personalidad excéntrica, extravagante y controversial la que a través de los años ha concitado la atención de la opinión pública.
Su primera esposa, Ivanna Trump, era una modelo checoslovaca; su actual, Melania Trump, es otra ex-modelo de la antigua Yugoslavia; y una de las mayores frustraciones en su mundo de fantasías, tal como él mismo lo ha referido, es el no haber compartido una noche de placer con Lady Diana, después de su divorcio con el Príncipe Carlos.
Hay en su personalidad un cierto aire de delirio de grandeza, de presumido, egocéntrico y megalómano. Todo lleva su nombre: el avión Trump, la Torre Trump, la Universidad Trump, la Plaza Trump y el Casino Trump.
Su incursión en la televisión, con su programa, El Aprendiz, lo convirtió en una celebridad mediática, que lo condujo a intervenir como actor secundario en algunas realizaciones fílmicas.
A pesar de que ha declarado que tiene un valor neto en el mercado equivalente a 10 mil millones de dólares, la revista Forbes resulta más modesta y lo coloca en 4 mil millones de dólares, con deudas bastante elevadas.
Desde hace 28 años, esto es, desde el 1988, ha estado contemplando la idea de aspirar a la Presidencia de los Estados Unidos. Originalmente, se registró como miembro del Partido Republicano. Luego pasó a formar parte de una organización llamada Partido Independiente. Posteriormente, ingresó a las filas del Partido Demócrata. Se presentó como candidato por el Partido de la Reforma; y en años recientes, volvió al Partido Republicano, del que ahora aspira a su nominación presidencial.
En definitiva, lo único que le ha faltado en política al magnate multimillonario estadounidense es haber creado su propia organización: el Partido Trump.
Al incursionar junto a otros trece aspirantes en las primarias presidenciales del Partido Republicano, no se le veía, en principio, con posibilidades de triunfo. Se consideraba, más bien, como una broma de Trump, algo sin sustancia, tratando de mantener vigencia en la opinión pública y promover sus negocios.
Sus primeras declaraciones fueron catastróficas. Arremetió contra los inmigrantes mexicanos. Dijo que eran narcotraficantes, violadores y criminales, lo que le ocasionó la ruptura de varios contratos de negocios, el retiro de distintos programas de televisión y el rechazo de la comunidad internacional.
Pero Trump no se amilanó. No se retractó, sino que continuó con su política de ataques e insultos, en un estilo altisonante y arrogante, que ha sido percibida por sus partidarios como una manifestación de persona auténtica, que dice lo que piensa, sin guión alguno, aunque no sea lo más prudente o políticamente correcto.
Ese estilo, por supuesto, se ha convertido en su estrategia comunicacional, en la que emite juicios controversiales, imprecisos y desatinados, pero, frente a los cuales, a pesar de la reacción adversa, se mantiene inflexible e invariable. De esa manera, impone la agenda del debate y se mantiene siempre a la ofensiva.
Divisiones en el partido republicano
Al iniciarse las elecciones primarias del Partido Republicano, se consideró que quien mejor posicionado se encontraba para alzarse con la candidatura presidencial era Jeb Bush, ex-gobernador de la Florida, y a su vez, hermano e hijo de dos presidentes anteriores.
Sin embargo, no resultó así. Bush nunca despegó. Algunos podrán considerar que hubo incompetencia o inconsistencia política de su parte, pero la verdad es que no recibió el apoyo esperado, a pesar de ser parte de una maquinaria política y una dinastía poderosa, por ser visto, precisamente, como candidato del establishment, es decir, de la élite o cúpula del partido.
Aunque desde hace muchos años, el Partido Republicano se encuentra dividido en diversas facciones o corrientes internas, ha sido desde el 2008, con el triunfo de Barack Obama, que han salido a flote grupos insurgentes que cuestionan la legitimidad del liderazgo tradicional de la organización política.
Entre esos grupos surgió, inicialmente, el movimiento denominado como Tea Party, una facción ultraconservadora, la cual tuvo un relativo éxito en las elecciones de medio término del año 2010.
Sin embargo, desde entonces ha experimentado un cierto eclipse, dando lugar, más bien, al surgimiento de sectores dentro del partido opuestos a la continuidad de los líderes tradicionales en la dirección de la organización política y en la ocupación de los principales cargos públicos del país.
Son los llamados miembros del anti-establishment, quienes se encuentran profundamente enojados con la situación económica, social y política de la nación, así como preocupados por los cambios demográficos y culturales que Estados Unidos viene experimentando.
Es con esos sectores, integrados por trabajadores de cuello azul, de escasa preparación académica, con estancamiento en sus salarios, sin ningún tipo de movilidad social, y opuestos a la inmigración y modificación de las costumbres tradicionales de la familia, con los que Donald Trump ha logrado conectar emocional y políticamente.
Donald Trump así lo ha comprendido. Por esa razón, ha sostenido que deportará a los 11 millones de inmigrantes indocumentados que actualmente hay en los Estados Unidos; que construirá un muro en la frontera con México, el cual será pagado por este país; que impedirá el ingreso de musulmanes; que le subirá los aranceles a los productos chinos de importación; que revisará todos los acuerdos de libre comercio; y que hará de los Estados Unidos la gran potencia que alguna vez fue.
Para Donald Trump, como para sus seguidores, lo que está ocurriendo actualmente en los Estados Unidos es que el sueño americano se ha desvanecido. Lo han aniquilado los políticos tradicionales irresponsables de Washington, que creen en un papel activo del Estado, cuando en realidad este es el problema.
Luego de haber ganado distintas primarias, y a pesar de la continuidad en la batalla electoral de Ted Cruz, Marco Rubio y John Kasich, todo indica, en la actualidad, contrario a los pronósticos originales, que Donald Trump se encamina hacia la obtención de la candidatura presidencial del Partido Republicano.
Ese será el triunfo de los inconformes con el estado actual de las cosas dentro del Partido Republicano y de los Estados Unidos. Será la victoria de los integrantes del anti-establishment, de los enojados de derecha contra el gobierno de Obama y las élites republicanas.
Naturalmente, una candidatura de Donald Trump no será más que un reflejo de la ansiedad e incertidumbre que se ha apoderado de núcleos importantes del país, del racismo y la xenofobia que actualmente prevalecen, de la polarización política que predomina y, por consiguiente, de la crisis de la democracia norteamericana.
En síntesis, una candidatura de Donald Trump sería un retorno a la política de estilo paranoico por la que Estados Unidos ha atravesado en distintos momentos de su historia.
Solo esperamos que con una eventual e hipotética elección de Donald Trump, en noviembre de este año, como presidente de la principal potencia del planeta, la paranoia norteamericana no contamine al resto del mundo.