En el aniversario de mis 66 primaveras.
Desde la 10 diez de la noche de aquel domingo 12 de mayo de
1954 vine al mundo desde el vientre de mi madre. Hacen 66 primaveras de mi
primer contacto directo con la luz cósmica. Desde entonces 792 meses han
transcurrido de mi paso por esta galáctica, más exactamente unos 23,760 días,
tiempo suficiente y oportuno para hacer una reflexión de lo vivido: “Que hecho
que no debía haber hecho y que no hice que debía haber hecho”
Existe un momento en la vida en que se juntan el coraje, la
osadía, la razón, entonces uno respira profundo, contiene la respiración,
camina hasta el borde del precipicio y salta. Aquí estamos saltando hacia un
desafío: coherencia en el decir y hacer, ser más racional en nuestras actitudes
y acciones, más inteligencia y sentido práctico, desarrollar a máxima potencia
el instinto del sentido común. También dar el gran salto que va de la
inutilidad de la existencia a la búsqueda de un sentido a través del compromiso
con los demás.
Hay que promover y conseguir un ser humano que quiera saber lo
que es bueno y lo que es malo; que se apoye en el progreso humano y científico.
Un ciudadano que rechace la cultura de la vida fácil, la búsqueda del bienestar
o placer sin más, sabiendo que no hay verdadero progreso humano, si este no se
desarrolla amparado en un fondo moral. Ahí está el gran reto, el gran salto,
pero no al vacío, sino al porvenir.
Hoy, llegado a mis 66 primaveras, sucede y viene hacer que
el mundo no está en su mejor momento. Una crisis global en todos los órdenes y
se agudiza de manera crítica con la llegada del COVID19.
Estamos en un momento de incertidumbre, donde al ciudadano
lo asalta la desconfianza, lo hace dudar de todos y de todas las propuestas
para un cambio de vida; es aquí donde los lideres, los comprometidos con las
sanas y buenas causas de los pueblos deben asumir con responsabilidad su papel
de guía y orientadores.
Educar en valores y asumir principios de vida que den
coherencia al pensar y a la acción poniendo en primer plano a las necesidades
existenciales del hombre los cuales trascienden más allá del ámbito del
conocimiento y lo material. Educar en valores no es más que contribuir al
desarrollo global de cada persona: que aprendan cuidar y desarrollar su mente,
su inteligencia; desde el punto de vista humano, sientan sensibilidad por el
débil, el sufrido; adquieran responsabilidad individual, espiritualidad y
sentido ético de la vida.
Desde finales del siglo pasado la sociedad se dirige, en
cierta medida, por unos derroteros que la hacen sentir enferma, de donde emerge
el hombre light, un sujeto que lleva por bandera una tetralogía nihilista:
hedonismo, consumismo, permisividad. Un individuo así se parece mucho a los
denominados productos light de nuestros días: comidas sin calorías y sin
grasas, cerveza sin alcohol, azúcar sin glucosa, mantequilla sin grasa, tabaco
sin nicotina, Coca-Cola sin cafeína y sin azúcar… Por igual, un hombre light es un hombre sin
sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito y al gozo
ilimitado y sin restricciones. El hombre light carece de referentes, tiene un
gran vacío moral y no es feliz, aun teniendo materialmente casi todo.
Urgente la necesidad de cambios profundos, hacer emerger un
nuevo modo de vida para los cambios que la posmodernidad impone con su ausencia
de valores éticos.
Hermanos y amigos nos acercamos aceleradamente al fin de una
era. Se trata de un proceso que ya se ha iniciado.
Las crisis financieras, alimentaria, sociales, económica,
ambiental y sobre todo una profunda crisis en valores están convirtiendo la
vida de los seres humanos en una penuria constante. Hemos llegado al punto en
el que la vida, lejos de disfrutarse, se sufre. Y se sufre más allá de la
posición económica de cada uno, no sólo sufre el pobre, sino también quien
tenga conciencia de la realidad social y ambiental, pues es muy difícil ser
plenamente feliz, siendo consciente de que miles de niños mueren cada hora por
no poder acceder a unos pocos litros de agua potable, o que muchos millones
padecen hambre crónica a lo largo de toda su corta vida.
Me da miedo pensar que muchos, después de tanto batallar
frente a la infinita injusticia de nuestra era, corramos el riesgo de perder
nuestra sensibilidad, de acorazar demasiado nuestro corazón, que corramos el
riesgo de dejar de sentir amor por el prójimo, por la madre naturaleza, por la
vida, de ahí que es necesario asumir con responsabilidad la tarea de una
educación en valores.
A mis 66 primaveras vividas, más
exactamente unos 23,760 días, me propongo dar el más grande salto de mi vida: entrar
al mundo de la filosofía, comprender la época en que vivimos y tomar
iniciativas de cambios y transformación, aunque nuestros esfuerzos sean del
tamaño de un granito de maíz, no importa, ya lo dijo José Martí, el apóstol de
la libertad de Cuba: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”
Abogo por una filosofía como guía de vida, con sentido
práctico. Una filosofía para la vida. La filosofía de vida no es más que una
caja de herramientas cotidiana, un mecanismo para hacer frente a los principales
retos y preguntas existenciales del día a día.
¿Saben hermanos y amigos de qué filosofía estamos hablando?
Estamos hablando de la doctrina filosófica el estoicismo.
En el estoicismo, la sabiduría y la virtud se hacen
transversales. Considera la importancia que tiene para el hombre comprender el
sentido de la sabiduría y de la virtud. La forma en que éstas pueden ser
puestas en práctica para efectos de buscar la vida feliz. De este modo el
estoicismo establece nuevos caminos para orientar la conducta humana, teniendo
como inspiración “la búsqueda de la tranquilidad del alma”
Finalizando mis “peroratas” filosóficas, les hablare de mi
dioscidencia de mi encuentro con la doctrina estoica: Buscando repuesta
personal a la vida que llevaba, tome por iniciativa buscar, pesquisar opciones
coherentes de filosofía de vida y probar la vigencia de los enunciados o
consejos. Oh, sorpresa: Advertí en el estoicismo su coherencia y funcionamiento,
su base analítica de búsqueda del bienestar interno y el control racional de
los impulsos.
Algunos pensadores modernos de nuestro tiempo dicen de los
estoicos: “fueron valientes, moderados, sensatos y autodisciplinados. También
insistieron en la importancia de cumplir con nuestras obligaciones y de ayudar
al prójimo”. Muchos compartimos estos valores.
El estoicismo es en sí un modo sencillo de pensar el hombre,
de entenderlo con relación a su contexto, dentro del cual se admite la
importancia de vivir de acuerdo a la naturaleza, facilitando de ese modo la
construcción de una sociedad menos violenta, toda vez que la violencia tiene su
punto de origen en la desigualdad y la falta de posibilidades de unos en
relación con otros, de lo cual el estoicismo ya ha hecho una precisa
meditación, dejando como resultado la comprensión de que para vivir bien basta
con lo mínimo.
A partir de hoy prometo y asumo estos principios
doctrinarios como una filosofía de vida. Una filosofía con sentido práctico y
humanista.
No estoy todavía en edad de dármela de consejero por todo lo
vivido. Pero si me creo en el deber de decir algo. Por fuerza del destino esa
es nuestra misión: sembrar conciencia, iluminar mentes dormidas y surcar
humanidad.
Lo digo y lo dicen otros, a propósito de mis 66 primaveras:
“La juventud termina cuando se apaga el entusiasmo. No hay mayor privilegio que
el de conservarlo hasta la madurez; es don de pocos y parece milagro en quien
lo atesora hasta la ancianidad, como el gran filósofo Sócrates y por igual
nuestro Comandante eterno Fidel Castro que vivió hasta que quiso.
Saludos y abrazos para todos.