jueves, 1 de octubre de 2015

Cuento: Madrid



Con el pasar, las cosas van adquiriendo contornos, forma, color y cuerpo, y lo que parecía o era novedoso y extraño se convierte en algo familiar, como si siempre hubiera estado presente. Así, la ruta que un día inaugurara Carmelo pasó a ser un componente más, un recorrer y un destino habitual para todos, y la muestra de las posibilidades que se abrieron para salir en otras direcciones y otros destinos, hacia el norte y hacia el sur. Y el ejemplo de Manuel animó a otros a luchar contra piedras y maleza para acrecentar las tierras de cultivo. El Paco y sus hijos transformaron su taller de carretería en automovilístico y los de la Cooperativa se federaron con otras del contorno para compartir la comercialización y el transporte de sus productos. El Gobierno mejoró la carretera y construyó escuelas amplias, vistosas y soleadas, con patios donde expansionarse los niños, grandes aulas y biblioteca. Hubo quien se animó a poner una tienda de ultramarinos, de modo que las galletas, los chocolates, el bacalao, las sardinas arenques, los pescados en conserva, los fideos, las estrellas y las letras, aparecieron en los platos alternando con las sopas de leche o de tomate; se estableció una sastre, una modista y una peinadora, de modo que las más jóvenes cambiaron la seriedad de la blusa y la falda por vestidos de alegres colores, y los moños fueron cediendo el paso a los bucles y las ondas de los peinados de moda. Se construyó un dispensario donde el médico dispuso de instrumental y consulta para recibir a los enfermos, y se creó una plaza de practicante. Los avatares políticos eran cosa de Madrid y de las gentes de la ciudad; la propiedad de la tierra, aunque con desigualdad, estaba repartida y cada cual vivía de los suyo. Así, las novedades dejaron de serlo y se había instalado una forma de llevarse entre los dos bandos, cada uno en su taberna, cada uno con sus valores y gustos. Pero no faltaban los pequeños enfrentamientos, palabras o miradas, normalmente resueltos sin llegar a mayores, pero de los que no se van con facilidad sino que la memoria y el rencor los guardan en lo más recóndito del alma, allá donde quedan latentes y listos para saltar en el momento propicio.
¿Fue la ilusión? ¿Acaso la convicción? ¿La necesidad? Un día apareció Carmelo conduciendo el viejo REO. Remolcaba un no menos viejo Ford granate con el techo y los pasos de rueda negros. Volvía de Madrid, del último viaje de la temporada, Este tiene que echar a andar, le dijo a Paco, y a los pocos días se paseaba por la carretera, Vente conmigo a Madrid, le dijo a Dorotea, a dar una vuelta. Y una mañana los vieron subir al Ford. Llevaban una maleta. En la capital pasearon por la recién acabada Gran Vía. Dorotea miraba asombrada la magnificencia y altura del edificio de Telefónica, en la Red de San Luis, el lujo de los escaparates, las prisas de la gente, el ir y venir de los vehículos, el sonar de las bocinas. En el Paseo del Prado se hicieron un retrato. El fotógrafo les invitó a sonreír, aunque no era necesario pues la felicidad se encargaba de reír por ellos, de iluminarles la cara y elevarles el porte. Visitaron el Museo y el Jardín Botánico, y anduvieron por el Retiro. Salían por la noche, iban al teatro, al cine, a espectáculos de variedades, al café cantante. Se hospedaron en una pensión en el barrio de La Latina. Cuando volvían, después de escuchar el taconeo de los zapatos, de apagarse las risas con las bocas, de andar cogidos de la cintura como jóvenes amantes, se buscaban entre las sábanas y hacían al amor con desenfado y alegría, y se decían palabras de las que sólo ellos podían escuchar. Carmelo la enseñó a fumar y a beber whisky, No sé cómo te pueden gustar estas cosas, le decía entre gestos y toses, después de dar una calada y probar el licor. Pero luego se animaba y apuraba el cigarrillo y el vaso. Entonces los besos eran húmedos y las risas abiertas, sin temor, sin reparos. Habían ido a una tienda de modas y a la peinadora. Dorotea cambió el tono severo por vestidos de alegres colores, se cortó el pelo para lucir media melena y adornar su cabeza con ondas y bucles al gusto de la época, No, teñirme, no, prefiero mi pelo natural dijo a una indicación de la peluquera. En el pueblo no se había atrevido a cambiar; se veía mayor; pero en Madrid descubrió que una mujer madura no sólo es hermosa en la intimidad de la alcoba y en los brazos de su hombre. Comprobó que las telas y los colores realzaban las formas naturales, se adaptaban al cuerpo, y se mecían al compás del andar y su movimiento ¿Para qué queremos la República? Preguntó una vez, y en Madrid compartió la risa de las mujeres, asistió a los cafés donde bebían, charlaban, fumaban cigarrillos, celebraban los comentarios y no se amilanaban bajo las miradas de los hombres.
Pasaron los días como si fueran de agua o humo y una tarde el viejo Ford entró lento en el pueblo y paró en la Plaza. Bajaron del coche y Dorotea fue objeto de miradas y cuchicheos. Corrió la voz, y de forma directa o disimulada acudían a verla con la excusa de saludarla. Vieron a una mujer esbelta que lucía un vestido de color lila, hombreras marineras con ribete blanco, y corbata marinera también blanca; el bolso y los zapatos a juego. El cabello suelto y moldeado. Vieron a una Dorotea que se colgaba del brazo de Carmelo, a una Dorotea que había dejado en Madrid las viejas indumentarias y reaparecía como una mujer que hubiera recuperado la juventud. La noticia corrió como la pólvora y no se libró de la censura general; sólo las más jóvenes y atrevidas salieron en su defensa. Pero el tiempo tiene sus propias leyes, y algunas, con timidez primero, y de forma más abierta después, pasaron por la modista, a mirar los figurines, decían, pero ésta les indicaba lo que más las pudiera favorecer. Colores, géneros, modelos; para realzar o disminuir el busto, el cuello, las piernas, y, sobre todo, rescatar la juventud que aún atesoraban. Hasta que una, la primera, se atrevió.
Otra vez vinieron los fríos, y un domingo, cuando el sol está alto y se agradece un paseo, a la hora en que muchas familias salían de misa, o los que no asistían paseaban, o charlaban a la puerta o en el interior de las tabernas, la placidez del ambiente fue rota por una caravana de cuatro automóviles que, con estruendo, se aposentaron en la Plaza. Del interior bajaron muchachos jóvenes, despechugados y desafiando el frío. Vestían camisa azul, pantalones negros y botas altas. En el bolsillo izquierdo de la camisa se veía algo que de lejos parecía una araña y de cerca resultaba ser un haz de flechas. Uno de ellos se encaramó en el pretil y a voz en cuello habló de patria, destino, imperio, orden, Dios, Ya queda poco para salvar a la patria de la anarquía y restaurar el orden, camaradas, dijo. Los demás repartieron octavillas e hicieron extraños saludos. Gregoria y Manuel paseaban con el niño que, a sus cuatro años, correteaba y cogía papeles del suelo al tiempo que repetía, camaradas, camaradas…
Imagen tomada de Internet (http://ibytes.es/blog_historia_de_madrid_fotografias_1907-1965.html)



PENSAMIENTOS SOBRE “MADRID”


  1. ¡Cuántos cambios, en este tiempo de ausencia!. Toda aventura feliz parece tener un destino final amargo… espero que no ocurra en este caso.
    Gracias Emma por seguir deleitándonos con tus textos. Ya me he puesto al día, pero será por poco tiempo. Volveré a mi retiro alejada de ondas internautas.
    Muchos besos, feliz verano… ¡a pesar del calor!
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    • Goza de tu retiro: es bueno estar contigo misma y con quien compartas tu intimidad. Yo ando a medio gas, en un retiro también. No hace calor pero está demasiado seco para lo que acostumbra. Sigo escribiendo, hay tiempo; y los finales…
      Muchos y fuertes besos, Isabel. Disfruta de ti y de los tuyos
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  2. Espero que no volvamos a la parte triste y dura de esta emocionante historia. Historia que algunos intentan volver a actualizar.
    Creo que debemos andar todos en la misma dirección.
    Un abrazo.
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    • Por nada del mundo deberíamos repetir tan desgraciada historia. Creo que tenemos que saber de los errores para no volver a caer en ellos. No faltan quienes viven bien en la confusión, pero confío en el buen sentido de una ciudadanía que tiene motivos para mostrar su rabia, pero también su madurez.
      Gracias y un abrazo.
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  3. Los humanos, aunque nos cueste, acabamos aprendiendo de nuestros errores. O por lo menos es lo que yo espero, para que no se vuelva a repetir esa escena de tu historia.
    El verano, por aquí, golpea fuerte y yo ya deseo volver de nuevo al mar. En dos días me iré a disfrutar de la brisa marina e imagino que mi presencia aquí se va a ralentizar, pero no me iré del todo.
    Te dejo querida, un abrazo grande, grande que te lleve un poquito de esa brisa.
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    • Eso creo yo. No veo esa escena, sobre todo el contexto; prefiero disfrutar de la libertad social y de costumbres, de los derechos ganados, de todo lo que nos ha quitado la caspa; ten en cuenta que vengo de una época en la que una mujer no podía abrir una cuenta en el banco y una madre soltera era una perdida, despreciada por la sociedad y la familia, que el amor y el sexo estaban sometidos al arbitrio de la Iglesia y la presión social, que a los homosexuales les aplicaban la ley de vagos y maleantes y a los políticos, sindicalistas y gente de movimientpos sociales las leyes sometidas al criterio del TOP y a los tribunales militares. Nada quedó de abril, dice Manuel Vázquez Montalbán en un poema, y eso (lo de abril) de algún modo se ha recuperado: seguro que no nos lo vamos a dejar quitar.
      Qué bien en el mar. Yo lo veo todos los días, aunque las aguas son frías para mí; pero qué inmenso y profundo.
      Disfruta de la brisa y de las vacaciones. Así intercambiamos besos, brisas y mareas, como estos que te mando con todo mi cariño.
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  4. El progreso se extiende y todo (lo digo sin mucho convencimiento; todo me parece demasiado grande) cede a su paso. Y mientras algunas costumbres caen, otras…
    No quiero final para esta historia. Abrigo alguna esperanza en los hijos, esos sucesores naturales de la esperanza de los progenitores.
    ¡Qué maravilla leerte! Un abrazo que sueña con la historia.
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  5. “Con el pasar, las cosas van adquiriendo contornos, forma, color y cuerpo” … un arranque genial … el final un presagio de dolor y muerte.
    Genial, Madame, … quedo, ansiosamente, esperando la próxima entrega
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    • Sí, se van acercando tiempos difíciles, y nuestros personajes se verán inmersos en lo que viene.
      Muchas gracias por tus comentarios; la próxima entrega ya va tomando cuerpo.
      Buenas noches, Enrique.
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  6. De repente me quedo leyendo este texto tan lleno de matices, de un tiempo que fue, y me traslada hasta él, y puedo verlos, puedo ver los colores, y ese tempo suave, lento, pero acompañado de grandes cambios. Yo creo que tendré que volver al principio, no saltarme un capítulo y seguir esta aventura que, espero y deseo, tenga algo esperanzador. Un beso MadameBovary
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    • Gracias, Carmen, por tu lectura. La esperanza es a veces una flor muy pequeña, pero no hay páramo ni desierto sin florecilla a pesar de sequedades y vientos; lo mismo ocurre con la vida, pero vienen los recios y oscuros nubarrones que azotaron con saña a la sociedad española; nuestros personajes se verán sacudidos y después nada podrá ser igual.
      Un fuerte abrazo.

Un pasaje de la guerra civil española: El final



El invierno fue duro y frío. Los nacionales habían entrado en Barcelona y a duras penas, los rojos, como despectivamente les llamaban, resistían en Madrid, donde reinaba la confusión más absoluta, y en el corredor hacia Valencia y Alicante. En las tropas, rotas, se enseñoreaban el cansancio y la desmoralización. Los soldados tenían hambre.

Avistaron un caserón y casas de labor, como de una finca grande y bien abastecida, sin embargo se encontraron con una pareja de ancianos, una mujer todavía joven y media docena de criaturas. Cruzaron los soldados el portalón y una pareja se quedó guardando la puerta. Los hombres se sentaron en el suelo para dejar en él su agotamiento. Manuel se dirigió al hombre y le preguntó si tenían algo de comer, Se lo pagaremos, no tema, le dijo que le firmaría un papel detallando lo requisado, le aseguró que tarde o temprano el Gobierno se lo pagaría. Al decir esto pensaba en qué Gobierno, quién se haría cargo, cuando hayamos comido nos iremos y después vendrán otros militares que ya no serán de nuestro bando, y les pedirán comida o se la tratarán de quitar, como nosotros, y peor será que le encuentren el papel y le acusen de haber abastecido al enemigo, Bueno, venga, díganos dónde hay comida o la buscamos nosotros. 

El hombre dijo que no había nada, las mujeres lloraban y juraban, pero los niños pedían a los soldados que les enseñaran el arma, y miraban con admiración a unos hombres abatidos y derrotados. Manuel ordenó a un sargento que cogiera unos hombres para inspeccionar corrales, cuadras, establos y cochiqueras. Aparecieron algunos huevos, patatas con los tallos crecidos, ocho gallinas, dos gallos, unas cuantas ovejas y un par de cochinas con sus crías. Manuel dijo al sargento que mataran a los animales que hiciera falta, sólo a los necesarios, dijo, que los prepararan y que la gente se hartara de comer. Al llegar la noche decidieron permanecer allí. Se nombraron las guardias y los demás durmieron. A la mañana siguiente cuando se despertaron comprobaron que los centinelas habían desaparecido, Se habrán pasado o entregado, dijo Manuel entre dientes. Ordenó levantar el campo e iniciar la marcha, a ver si podían enlazar con algún resto del Ejército. El comisario le pidió explicaciones sobre las deserciones dando grandes muestras de nerviosismo, Qué quiere que le diga. Se han ido y mañana lo harán otros; seguiremos nuestra marcha hasta enlazar con el Ejército, y si no, Y si no qué, Y si no ya veremos, Ya veremos qué, al comisario se lo veía demudado, Pues ya veremos si luchar o será mejor entregarse. Usted puede irse, Manuel ya estaba harto, no le voy a decir nada, pero ninguno de estos hombres se batirán para protegerlo, pero no ve cómo están. Si es cierto lo que se oye, el Gobierno se ha ido y los fachas avanzan hacia Alicante pisándonos los talones, si es que ya no nos han cortado la retirada, Eso es derrotismo, camarada, Eso es que hemos perdido, compañero. Y yo lo que tengo que hacer ahora es mantener con vida a todos estos hombres, eso es lo que tengo que hacer; así que si quiere se va; nosotros intentaremos coger el camino de Alicante para enlazar con los nuestros; pero si los fascistas lo han cortado ya veremos lo que hacemos.

Habían pasado el invierno manteniendo las posiciones. La artillería nacional no reparaba en gastos para someter a hostigamiento continuo a las líneas republicanas. El ataque enemigo, largamente anunciado, se recibió con alivio después de más de diez días de intenso bombardeo. Se les ordenó abandonar la posición y reagruparse en unas colinas dos kilómetros más atrás. Cuando llegaron no encontraron con quién reagruparse: habían quedado desconectados del resto si es que lo había. Los rebeldes ocuparon las posiciones abandonadas y no iniciaron persecución alguna. Se veía que no les corría prisa, que lo que quedaba del Ejército era un conjunto diseminado de gente perdida, desmoralizada y en desorden. Para localizar al mando y ver el estado de las comunicaciones Manuel ordenó a Marcial, un enlace menudo y listo como una ardilla, natural de un pueblo de Segovia, que inspeccionara la carretera y los alrededores siempre hacia el este, Capitán, la carretera está ocupada por los fascistas: unos van hacia Madrid y el grueso hacia Alicante: no se ve a nadie de los nuestros. Los que van hacia Madrid conducen columnas de prisioneros. Con este informe Manuel decidió marchar campo a través y trató de convencer a los hombres de que si andaban listos acabarían dando con los compañeros, que no todo estaba perdido, lo importante es reagruparse, les dijo. Pero la marcha, la fatiga, el desánimo, y sobre todo el hambre minaban la moral del grupo que de todos modos seguía confiando en él. Sobre todo temía la deserción y la desbandada. Una mañana, dos soldados pidieron permiso para rezagarse, tenían que hacer sus necesidades, le dijeron a uno de los sargentos, que correrían y les alcanzarían; no se reintegraron. Así marchaban cuando dieron con una casa de labor, Vamos, dijo Manuel, si hay algo lo cogemos pero a la gente no se le toca ni un pelo, salvo que nos ataquen o se resistan.

Al día siguiente, a eso de las cuatro y media de la tarde, avistaron una columna motorizada. En los costados de los carros y camiones se veía la bandera italiana. Estaban parados al borde de una carretera secundaria y parecían tener el objetivo de incorporarse al grueso del ejército, Son italianos, dijo Manuel bajando los prismáticos, vamos a esa hondonada, rápido. La hondonada era como la cávea de un teatro y con voz clara Manuel dijo que había que pensar en entregarse, Tienen fama de tratar mejor a los prisioneros, dijo. Eso en caso de que decidamos entregarnos; en caso contrario, seguiremos campo a través hasta donde podamos llegar; lo que no se me ocurre es que nos disolvamos aquí mismo: nos matarían como a conejos, este terreno no vale para esconderse, así que hay que tomar una decisión y rápido. La mayoría se inclinó por la rendición: estaban hartos de marchar sin esperanza y no tenían ganas de luchar. A los que no quisieron entregarse les dieron la comida y les desearon suerte. Pasada una hora, un sargento ató una camisa blanca al cañón del fusil, y la levantó agitó para que la vieran los de la carretera, Si nos disparan, nos defendemos, dijo Manuel, por lo menos nos llevaremos unos cuantos por delante. Pero nadie disparó, Salgan y entréguense, se oyó decir en un castellano con acento, no les pasará nada, salgan despacio y desarmados. El que gritaba tenía aspecto de oficial y para dar muestras de hablar en serio se adelantó unos pasos acompañado de dos soldados con el arma rendida. Fue cuando Manuel se adelantó y se dirigió hacia él y cuando lo tuvo enfrente lo saludó militarmente y le entregó la pistola. Los italianos recogieron las armas y les mandaron sentarse en círculo en una explanada. Un sargento miró la muñeca de Manuel y le señaló el reloj. Manuel comprendió, se quitó el reloj y se lo dio. Esa tarde acabó la guerra para Manuel, lo peor estaba por venir.

La ciencia explica porqué lo que es bello para unos no lo es para otros.


En muchas ocasiones, en una reunión familiar o en un grupo de amigos se debate sin llegar a acuerdo si un famoso es o no atractivo. Ahora, un grupo internacional de investigadores ha probado que realmente la belleza está en los ojos del que mira y que esa mirada está influida sobre todo por el ambiente único que rodea a cada individuo.
Un estudio, liderado por la Universidad de Harvard (EE UU) y publicado en la revista Current Biology, muestra que las diferencias de opinión sobre el atractivo de un rostro son en su mayoría el resultado de experiencias personales que son únicas para cada individuo. A pesar de que hay aspectos de la atracción que son bastante universales e incluso pueden estar codificados en nuestros genes –como la preferencia por caras simétricas–, la percepción de la belleza se configura durante el desarrollo.

“Hicimos que un conjunto de gemelos idénticos y otro de no idénticos otorgara una puntuación del 1 al 7 a 200 caras y comprobamos el grado de coincidencia entre las respuestas de cada participante del estudio y la puntuación media obtenida por cada rostro”, comenta a Sinc Laura Germine, investigadora de psiquiatría y neurodesarrollo de la Universidad de Harvard y autora del trabajo. “Esto permitió medir la idiosincrasia, la individualidad y la extravagancia de las respuestas ofrecidas”, concreta.

Para preparar esta prueba, los investigadores realizaron un primer experimento abierto y analizaron las preferencias de más de 35.000 voluntarios que visitaron su web Test my Brain. Con los conocimientos adquiridos desarrollaron un test que emplearon con los dos grupos de gemelos que proporcionaron los resultados del estudio.

“Cuando se analizan las inclinaciones individuales se observa que las respuestas de los gemelos idénticos solo fueron un poco más similares entre sí que las ofrecidas por los no idénticos. Esto apunta a que los genes juegan un papel poco destacado en la configuración de las preferencias faciales: casi la totalidad de la variación se explica por el ambiente único que rodea a cada individuo”, destaca Germine.

El gran impacto de la experiencia personal
Según los investigadores, los entornos que son importantes para esta configuración de la belleza no son los que comparten los miembros de una misma familia sino otros más sutiles e individuales que incluyen las experiencias personales con amigos y compañeros, así como las imágenes y la información recibida en los medios de comunicación.

Los científicos concretan que no se trata de la escuela a la que se asiste, la cantidad de dinero que posee la familia o quién vive al lado. La belleza percibida en un rostro tiene mucho más que ver con experiencias personales: los rostros que ve en la televisión y las revistas, las interacciones sociales que tienen lugar todos los días de la vida de una persona, e incluso la cara de la primera pareja son las influencias que más marcan esta visión.

“En general, se encuentra atractivas a personas cuyos rasgos faciales se asemejan a la cara de alguien que te importa o con quien pasas mucho tiempo, como una pareja o el círculo de amigos más cercano”, añade Germine.

Los autores sostienen que el descubrimiento del gran impacto de la experiencia personal en nuestras preferencias sobre rostros proporciona una nueva ventana a la evolución y la arquitectura del cerebro social. Además, señalan que futuros trabajos deberán profundizar en los aspectos del entorno más relevantes en la formación de estas inclinaciones e investigar de dónde proviene la inclinación por otras cosas como el arte, la música o los animales domésticos.






¿Tu cerebro es racional o emocional?



Investigadores de la Universidad de Monash, aseguran haber encontrado diferencias físicas en el cerebro de las personas que responden emocionalmente a los sentimientos de los demás, en comparación con aquellos que responden de forma más racional.
En un estudio publicado en la revista Neuroimagen, se analizó si las personas que tienen más células cerebrales en ciertas áreas del cerebro tienen diferentes tipos de empatía.

Robert Eres, de la Escuela de Ciencias Psicológicas de la Universidad, identificó correlaciones entre densidad de materia gris y empatía cognitiva y la afectiva.

"Las personas que tienen la empatía afectiva alta son los que a menudo los que tienen bastante miedo cuando ven una película de miedo, o los que comienzan a llorar durante una escena triste. Los que tienen alta empatía cognitiva son los que son más racionales, " afirmó el señor Eres.

Científicos utilizaron morfometría basada en voxel (VBM) para examinar la densidad de materia gris en 176 participantes en los que se calificó sus niveles de empatía cognitiva en comparación con el afecto emocional o la empatía.

Los resultados mostraron que las personas con altos grados de empatía afectiva tenían una mayor densidad de materia gris en la ínsula, una región encuentra justo en el "medio" del cerebro. Los que obtuvieron mayor grados en la empatía cognitiva tenían una mayor densidad en la corteza, la zona superior del cuerpo calloso, que conecta los dos hemisferios del cerebro.

"En conjunto, estos resultados proporcionan la validación para la empatía es una construcción de múltiples componentes, lo que sugiere que afectiva y cognitiva empatía están representados diferencialmente en morfometría cerebral, así como proporcionar la evidencia convergente para la empatía está representada por diferentes neural y correlatos estructurales", dijo el estudio .

El descubrimiento también plantea nuevas preguntas, como ¿si la gente podrá entrenar para ser más empática?, y así fuera ¿esas áreas del cerebro se harían más grandes?, o si ¿podemos perder nuestra capacidad de empatía si no la utilizamos lo suficiente?.