“El hecho más importante de mi vida hasta poco antes de cumplir 29 años
fue mi encuentro con Eugenio María de Hostos, que tenía entonces casi 35 años
de muerto. El encuentro se debía al azar; pues, buscando trabajo, lo halle como
supervisor del traslado a maquinilla de todos los originales de aquel
maestro de excepción… (…) Eugenio María de Hostos, que llevaba 35 años
sepultado en la tierra dominicana, apareció vivo ante mí a través de su obra,
de sus cartas, de papeles, que iban revelándome día tras día su intimidad; de
manera que tuve la fortuna de vivir en la entraña misma de uno de los grandes
de América, de ver cómo funcionaba su alma, de conocer –en sus matices más
personales- el origen y el desarrollo de sus sentimientos. Hasta ese momento,
yo había vivido con una carga agobiante de deseo de ser útil a mi pueblo y a cualquier
pueblo, sobre todo si era Latinoamericano; pero, para ser útil a un pueblo, hay
que tener condiciones especiales. ¿Y cómo podía saber yo cuales
condiciones eran esas, y como se las formaba uno mismo sino las había
traído al mundo, y como las usaba si las había traído?La repuesta a
todas esas preguntas, que a menudo me ahogaban en un mar de angustia, me la dio
Eugenio María de Hostos, 35 años después de haber muerto. (…) la lectura
de los originales de Eugenio María de Hostos me permitió conocer que fuerza
mueven, y como la mueven, el alma de un hombre consagrado al servicio de los
demás”, (Juan Bosch, Hostos el sembrador)
“El gran hombre aparece en los momentos decisivos de la historia de su pueblo, esto es, cuando una crisis hace estallar los moldes sociales en que ese pueblo ha estado viviendo, a veces durante siglos; aparece entonces porque sus condiciones de carácter, que generalmente han permanecido ocultas para todo el mundo y a menudo hasta para él mismo, le permiten desarrollar una capacidad de acción u otras formas de expresión de su personalidad que resultan ser las más adecuadas para dirigir a las masas en esa hora de crisis, pero esas condiciones de carácter habían sido elaboradas en el héroe por fuerzas de origen natural, como, por ejemplo, una determinada conformación cerebral, combinada con las presiones de la sociedad en que se había formado. Entre tales fuerzas ocupa un lugar decisivo lo que ahora llamamos ideología, que es un producto neto de la sociedad, aún si se trata de una parte de ella, como es la clase social de la persona que la comparte.
En suma, que el hombre no es producto de sí mismo, de tales o cuales condiciones psicológicas, sino que es el producto de su sociedad porque ésta es la fuente de la psicología de la persona; y a tal extremo esto es así que en la sociedad de clases resulta fácil distinguir, a través de sus expresiones psicológicas, al capitalista del obrero y a éste del que le queda más cerca en términos clasistas, que es el bajo pequeño burgués pobre y muy pobre.
En lo que se refiere a la vocación, todavía la ciencia no ha llegado al punto de determinar cuál es su origen, pero se sabe que son muchos los hombres y las mujeres que han sentido el llamado de una vocación, a veces desde los años más tempranos. Las personas que sienten ese llamado son capaces de hacer toda suerte de sacrificios para seguir el impulso que llamamos vocación. Unas abandonan a sus familias y se van a correr mundo en busca de ambientes en que puedan desarrollar las capacidades que les permitan ser lo que quieren ser; las hay que viven aventuras fabulosas y se juegan hasta la vida persiguiendo lo que creen que es su destino; y unas más, otras menos, todas tienen una convicción profunda, sin saber por qué, de que podrán hacer aquello que persiguen, y que haciéndolo se destacarán entre todos los seres humanos; alcanzarán la gloria o el poder, pasarán a ser personajes importantes e influyentes.” (Juan Bosch, CONSIDERACIONES ACERCA DEL POLÍTICO, LA VOCACIÓN Y EL OFICIO.)
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