SANTIAGO DE CHILE.—Con las manos destrozadas por las palizas, Víctor Jara escribió sus últimos versos a lápiz en una libreta que entregó a uno de sus compañeros y que hoy conserva la Fundación Jara: “¡Canto, qué mal me sales / cuando tengo que cantar espanto! / Espanto como el que vivo / como el que muero, espanto”.
Era el 16 de septiembre de 1973, cinco días después del golpe de Estado contra el presidente socialista Salvador Allende, y el trovador vivía sus últimas horas en el estadio Chile, uno de los símbolos más siniestros de la dictadura de Augusto Pinochet.
Quienes estaban cerca de él ese día, comentaron luego que los torturadores no lograron borrarle del todo la sonrisa ni cuando lo golpearon brutal y repetidamente, antes de acribillarlo a balazos. En su cuerpo se hallaron más de 40 disparos.
El tiro que acabó con su vida fue el que recibió en la nuca, casi a quemarropa, después de que sus verdugos se divirtieran jugando con él a una mortal ruleta rusa.
El estadio Chile, hoy estadio Víctor Jara, sería todavía testigo mudo de muchos más horrores en los comienzos del régimen pinochetista (1973-1990).
De acuerdo con pruebas forenses efectuadas en el 2009 tras exhumar sus restos, fue torturado en la instalación. Su cuerpo fue encontrado en las afueras del Cementerio Metropolitano, donde el pasado año se inauguró un Memorial en su honor.
Una visita al Museo de la Memoria en esta capital deja muchas amargas sensaciones. Entre ellas, en uno de sus muros, lo que fue el último poema del autor de Te recuerdo Amanda y de numerosas canciones de amor y de corte sociopolítico.
Cuatro décadas más tarde, la familia de Víctor Jara, que nunca dejó de buscar justicia, puede empezar a sonreír otra vez. Un juez de Florida ordenó que el hombre identificado como su asesino, Pedro Pablo Barrientos, responda ante la justicia por cargos de tortura y ejecución extrajudicial.
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