viernes, 15 de enero de 2016



La silenciosa expansión de China en África
por José Carlos García Fajardo


Nigeria es uno de los países más ricos de África con una de las poblaciones más pobres del mundo. Con una superficie equivalente al doble de España (923 mil 768 kilómetros cuadrados), tiene 120 millones de habitantes, lo que significa que uno de cada seis africanos es nigeriano. Con un 43 por ciento de analfabetismo y un médico por cada 6 mil habitantes no es de extrañar que la mortalidad infantil supere los 95 cada 1 mil. La población está concentrada en el Sur y tiene una densidad urbana cercana al 40 por ciento.
 




Es el mayor productor de petróleo de África y el quinto del mundo con la mejor calidad en octanaje. De ahí procede el 90 por ciento de sus divisas, lo que explica su dependencia del mercado internacional controlado por las siete majors que deciden su inestabilidad política, las sucesivas dictaduras militares y una de las administraciones más corruptas del Continente. 

La economía de Nigeria está en manos de Shell, Mobil, Chevron, Texaco, Elf, Total y Agip, que extraen cerca de 2 millones de barriles diarios. 

La Shell tiene un papel preponderante en el delta del Níger y está acusada de genocidio contra el pueblo ogoni así como con los ijaws. En 1995 hicieron ahorcar al escritor Ken Saro-Wiwa, que promovía el movimiento de resistencia Ogoni, mientras el Premio Nobel Soyinka tuvo que exiliarse. Sus reservas de gas se estiman en 3.6 billones de metros cúbicos, lo que lo convierten en el tercero del mundo. Tiene una deuda externa de 35 mil millones de dólares, cuyo servicio consume el 40 por ciento de sus exportaciones. El producto nacional bruto ha descendido a 260 dólares por habitante. Pero Nigeria ha sido uno de los países clave para el Departamento de Estado de Estados Unidos, junto con Colombia, Indonesia y Ucrania, cuya evolución habrá que seguir de cerca. 

La población está compuesta por numerosas etnias que inducen a la confusión. Predominan los hausas y fulanis, seguidos de los yorubas y de los ibos. Los hausas significan la mitad de la población y, más que un pueblo, se trata de una lengua poderosa hablada por más de 100 millones de personas con un rico y secular pasado cultural unificador. Si perdemos esto de vista, nos perderemos entre el piélago de noticias con las que nos intoxican: siempre hablan de querellas interétnicas y conflictos religiosos. 

Hablemos más bien de intereses foráneos, de corrupción sostenida y de uno de los Estados más artificiales de África, que obtuvo su independencia en 1960 de Inglaterra, que dominaba desde 1914. Pocos pueblos en el mundo se pueden equiparar en culturas conocidas desde el siglo IX, con estructura estatal, monarquías controladas por asambleas, alcaldes al frente de municipios con poderes efectivos. En contacto con el Imperio de Mali se islamizaron durante los siglos XII y XIV y se convirtieron en los mayores exportadores de esclavos y de eunucos para los clientes árabes del Norte. Son impresionantes las terracotas y esculturas en bronce de los siglos X y XI de Ifé, Oyo, Ilorín y Benin. Francia estimuló el separatismo de los ibos del Sur para hacerse con sus yacimientos de petróleo. 

No olvidemos que el origen del movimiento de cooperación internacional surgió con la terrible guerra de Biafra, en 1967, que causó cerca de 1 millón de muertos. Una serie de dictaduras militares promovidas por las multinacionales del petróleo han mantenido una inestabilidad que ahora se reviste de conflicto religioso. El problema es que algunos intereses buscan una secesión de las tierras del Sur y el conflicto de Nigeria sólo es abordable en la relación geopolítica con sus vecinos musulmanes del Norte profundizando en la federación de Estados y no en el desmembramiento de las zonas ricas en minerales e hidrocarburos. Los pueblos africanos tienen derecho a repensar su estructura sociopolítica de nuevo. Pero todos los demás pueblos tenemos que permanecer alertas y denunciar la imparable y silenciosa conquista china de esas fuentes de riqueza y de bienestar para los africanos, y controlar sin ambages los efectos deletéreos de una explotación salvaje para el medio ambiente.





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