Publicación. Portada de "Idolatría", la nueva obra de Jimmy Sierra.
Luis Beiro
Santo Domingo
Tuve la oportunidad de leer el manuscrito de esta novela de Jimmy Sierra.
Su autor tuvo la deferencia de entregármela para su corrección. A decir verdad, la obra estaba casi terminada y poco le pude aportar.
Al devolverle el manuscrito le aseguré que tenía en sus manos un texto de interés que necesitaba un tiempo de descanso antes de una revisión final, pues nadie mejor que su autor para enmendar o corregir su propia obra. Sierra no solo siguió mi recomendación, sino que volvió a confiar en mí. En una segunda lectura descubrí que el texto estaba listo para salir a la luz.
Con estos datos, el lector podrá descubrir la vocación creativa y seriedad en el manejo de su obra de un hombre que nunca se da por vencido. De un escritor que, con el paso del tiempo, ha alcanzado su madurez profesional y que, en esta ocasión, nos ha legado una obra literaria cuyo disfrute lectivo será agradecido por el lector.
Jimmy Sierra, el literato
No obstante su formación como realizador de historias a partir de imágenes, Jimmy Sierra es primero escritor y cineasta después. Además, esto no es un secreto que ahora se descubre. Él lo sabe y lo asume con responsabilidad. Su cine ha nacido de su literatura, y su manejo de la cámara tiene mucho que ver con la manera en que narra. Esta condición no lo demerita, porque sabe ejercer y fortalecer sus profesiones con experiencia y bondad.
A Jimmy Sierra la escritura le ha otorgado capacidad reflexiva a partir de uso del idioma, de la palabra cultivada con esmero, de su intensa formación como lector de obras fundamentales de la cultura dominicana y universal, así como del análisis de la realidad y sus vivencias del tiempo que le ha tocado vivir.
Estas virtudes las demuestra en la referida novela cuyo título, por extenso no pierde en lo absoluta el aura enigmática de la religiosidad popular dominicana: “Idolatría, o de cómo y por qué las 13 maldiciones de Papá Liborio transformaron a Gatagás el Divino, también llamado el Octavo Sabio, en el Quinto Evangelista y el Filósofo Motarás, como tributo a Dante Alighieri y a otros autores predilectos, en los mejores días de mi infancia”.
Jimmy Sierra sabe explorar. Como narrador está consciente que su compromiso con el lector es contar una historia de interés, en su caso, vinculando elementos de ficción con las raíces culturales de su pueblo, así como de leyendas y tradiciones ancestrales.
Por eso su prosa fluye como las aguas del Camú en su época de gloria. No estamos en presencia de una narrativa “intelectual”. Sin embargo, la sencillez de su discurso no pierde profundidad. Por el contrario, la importancia de este libro, además de su contenido es cómo el autor ha sabido trasmitir el complejo mundo de las creencias religiosas, su filosofía y vehemencia de la forma más sencilla posible.
Acude a la intertextualidad. Introduce referencias profanas que van desde el “Código de Hammurabi” hasta “La Odisea”, pasando por Walt Withman, Guy de Maupassant y figuras nacionales como Flérida de Nolasco, Pedro Mir y Aquiles Julián. Son decenas de frases, títulos de libros y otras citas referidas a decenas de autores dominicanos y universales que se incorporan, siempre indicando el sitio exacto de su origen. Con ello, Sierra no pretende un preciosismo idiomático, ni un culteranismo trasnochado, sino una manera de rendir tributo a un grupo de textos fundamentales y de autores consagrados a lo largo de la historia de la humanidad; una manera de interpolar coloraciones de magnitudes literarias.
Es por ello que la historia se relata en forma de diálogo donde un narrador omnisciente va contando los acontecimientos a su amigo Teófilo Rodríguez, sin olvidos ni pesares.
Diversas personalidades y mártires dominicanos, junto a personajes de ficción (de todas las calañas), se reconstruyen con profundidad dramática para que el lector explore los vericuetos del alma humana, tanto de “tirios”, como de “troyanos”.
Llama la atención, sin dudas, el personaje de “Gatagás”, el “pastor” de circunstancias que sabe engañar. Con mirada zigzagueante, su palabra puede atrapar los abismos del ser, envolverlos y hacerlos suyos. Sierra se ha esmerado en su construcción simbólica y en su diseño misterioso. Su trabajo en ese sentido hace preguntarnos: ¿Podrá Gatagás romper las arcas? ¿O solo será un amuleto del destino erigido en semidiós?
“Idolatría...” es una novela compleja y ambiciosa en su contenido, escrita con amor y esmero y cuidada en sus detalles. También es coronada por la sencillez del lenguaje de su autor.
No pretende idiolectos ni parrafadas doctas, sino narrar una historia, o mil historias en una. Una mirada profunda a una generación que, desde su adolescencia, quedó marcada -como bien ha escrito Leonte Brea- “por la nostalgia de un tiempo diluido”. Una obra de la que su autor nunca tendrá que arrepentirse.
((Fragmentos
1. Cuéntame, Narcisazo, “de aquel ingenioso y astuto varón que anduvo mucho tiempo errante” por los alrededores de la ciudad de Santo Domingo de Guzmán tras haber destruido los muros de las sagradas creencias, dando como verdades absolutas doctrinas que resultaron ser falsas y ante cuyo poder el mismo cielo vacilaba.
Y permite, oh inmaculado, que se pose en mis labios la mariposa de la elocuencia, en esa aurora de insólita luz, ya que “habiendo muchos tratado de poner en orden esos hechos que entre nosotros han sido ciertísimos, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden”, oh excelentísimo Teófilo Rodríguez, aunque estoy seguro de que, con cada palabra que te escriba, mi vieja herida volverá a sangrar al recordar cómo, en vivo y a todo color, frente a tantos micrófonos y cámaras de televisión, esos miles de devotos, completamente desnudos, miraban al cielo a la espera a la última y suprema señal de Papá Liborio, haciendo caso omiso de los helicópteros que, prestos al ataque, sobrevolaban en círculos.
Ni mucho menos a los grupos de soldados que, con lanzallamas, bayonetas y ametralladoras, amenazaban a todos con una muerte cruel, mientras yo estaba a punto de descubrir los misterios de las naranjas prohibidas, el bachatero de la guitarra y el extraño pescador que pescaba sin pescar.
En verdad, los soldados pretendían quemar viva a toda aquella gente que estaba segura de que las balas se convertirían en gotas de agua fresca, en aquel lugar maldito donde la única cueva de acceso tenía esta inscripción: “Si no tenéis esperanza, no podéis entrar aquí”.
2. Tal vez era el poder de aquel que desafió a los americanos en mil novecientos veintidós y después, en el mayor silencio, luego de beber en la copa del olvido, resurgió con más fuerza en el cuerpo de José Popa, para trasmutarse en dos más tarde, diseminado en la carne y los huesos de los mellizos Ventura, en el pueblo sagrado de Palma Sola.
Y yo, alejado de la multitud, sintiendo que había llegado demasiado lejos en aquella farsa, trataba de escapar al trágico destino, pues sabía que esos fanáticos permanecerían allí inconmovibles hasta que su propio sol se apagase por completo.
De la misma manera que en el inicio de todo esto, Luis Días, a quien llamaban Terror, veía apagarse la verdadera luz de su vida.
-Se está muriendo -me dijo-. Mi niña se está muriendo.
Eran las cuatro de la tarde de aquel 13 de agosto.
-Se muere -repetía insistentemente.
Y parecía verdad. La criatura estaba temblando, sudaba copiosamente y sus ojos entreabiertos dejaban ver apenas un débil reflejo de luz. Tendría unos ocho años y una larga cabellera blanca. Famélica, su cuerpecito enjuto y sus largas manos y pies le colgaban sin vida.
-En la Angelita me la entregaron para que se fuera a morir en la casa...
Estábamos en la sala de redacción del periódico y como había oído sobre mis reportajes acerca de la niñez, pensó que yo podría ayudarle.
-Me temo -me lamenté- que yo no pueda hacer nada.
Y habíamos salido hasta la calle. Arriba, en el cielo, el Sol nos quemaba,
-Entonces -me respondió- me iré a Laguna Cristal. Solo Gatagás puede curarla.
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