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Por Pedro Antonio García | internet@granma.cu
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Siempre fue de un temperamento rebelde y a la vez, un eterno luchador por la libertad. Apenas adolescente se rebeló contra la autoridad de sus mayores y se fue a navegar. Tras el grito de independencia de Céspedes en 1868, acudió al llamado de la patria y se incorporó a la insurrección. Volvió a hacerlo en 1879, en la llamada Guerra Chiquita. Soportó la dura cárcel española, pero nunca pudieron doblegarlo. En el 95 se ciñó el machete, montó su caballo y tras atravesar la Isla bajo el mando del general Antonio, no paró hasta abrevarlo en los riachuelos de Mantua, al otro extremo del país. A los 72 años, cuando un mal presidente cometió fraudes para reelegirse, marchó a la manigua. Siempre en nombre de la libertad.
Al nacer en Santiago de Cuba el 30 de octubre de 1834, lo bautizaron como José Quintino Bandera Betancourt, pero para la historia y el pueblo cubano es y será el general Quintín. Cansado de caminar descalzo por los hornos de carbón, se enroló en un barco y atravesó el Atlántico por primera vez a los 17 años. Regresó a Cuba en 1857 y trató de ganarse la vida como albañil y jornalero agrícola.
EL MAMBÍ
El 1ro. de diciembre de 1868 se incorporó a la tropa de Donato Mármol, con la cual inicia su amplio expediente de insurrecto. Participó en la Invasión a Las Villas (1875) y en la Protesta de Baraguá (1878). Como muchos otros patriotas, aceptó a regañadientes el cese de las hostilidades.
Por haberse ido a la manigua durante la Guerra Chiquita (1879-1880), España lo encerró en una prisión en Baleares. Muchos de los oficiales del Ejército español, a los que combatió en el campo de batalla, fueron a visitarlo a la cárcel; la familia de uno de ellos lo atendió como si fuera de los suyos. Quintín, en la contienda, nunca maltrató a un prisionero peninsular y les respetaba la vida. Aunque era inclemente con los cubanos traidores.
Indultado, regresó a Cuba en 1886. Nueve años después encabezó uno de los 35 gritos de independencia acaecidos durante el levantamiento simultáneo del 24 de febrero. Cuentan que en aquella gesta (1895-1898), dos columnas españolas se encontraron y una de ellas, al “Alto, quién vive”, respondió: “San Quintín”, pero los de la primera fuerza entendieron “Quintín” solamente, y se generalizó el tiroteo con muchos españoles muertos. Antonio Maceo, tras enterarse del suceso, solía bromear: “Yo, solo con el nombre del compadre Quintín, soy capaz de tomar La Habana”.
Por sus méritos de guerra lo ascendieron a general de división. Pero dado su temperamento rebelde y a ciertas indisciplinas cometidas, le quitaron el mando de tropa y le dejaron solo una pequeña escolta. Mas él convirtió ese puñado de combatientes en un destacamento aguerrido y continuó su batallar contra el colonialismo español.
EN LA NEOCOLONIA
Al cesar la dominación española, intentó regentear una fonda pero su carácter solidario no compaginaba con la rentabilidad del negocio y al querer darle de comer a todos sus antiguos compañeros de armas, quebró. Sumido en la pobreza, fue a ver al presidente Estrada Palma en busca de un trabajo y este lo ofendió al ofrecerle una limosna. Tuvo que laborar como recogedor de basura y repartió jabones de muestra.
Comprendió que aquella república estaba muy lejana del ideal de Martí y Maceo. Sufrió en carne propia la discriminación racial cuando barberos se negaban a atenderlo por el color de su piel. Vio con estupor cómo algunos de los héroes de guerra como él, que ocupaban un escaño en el Senado o en la Cámara baja, eran humillados por ser negros o mulatos y a sus esposas no las invitaban a las recepciones oficiales, como sucedía con los congresistas blancos.
En 1906 se fue de nuevo a la manigua, creyendo que aquella sublevación iba a cambiar la situación existente. Pronto se convenció de que todo era un rejuego politiquero, que nada iba a cambiar. Solo, con dos jóvenes sin experiencia de guerra (sus ayudantes, increíblemente, no se hallaban a su lado), una tropa gubernamental, guiada por un traidor, lo asesinó el 23 de agosto de 1906. Según su biógrafo principal, el historiador Abelardo Padrón, el cuerpo del viejo mambí recibió cuatro balazos y siete heridas de arma blanca, una de ellas en pleno rostro.
El odio del presidente Estrada Palma y la alta burguesía cubana era tal que se prohibió enterrar al general Quintín en tumba propia y que se le colocaran flores. En el colmo de la irreverencia, exhibieron su cadáver al público cual si fuera una fiera cazada en un safari y se ordenó luego arrojarlo a una fosa común. Gracias a un cura bueno se rescataron sus restos para la posteridad.
Tomado de Granma
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